jueves, 21 de agosto de 2014

La sombra de Lucifer

Sólo en aquél despertar pude comprobar cómo se acercaba, a paso lento pero seguro sobre sus cuartos traseros. 
Aquel semi-Dios que había sido, hasta no hace mucho, mi ídolo a seguir, tomo presencia frente a mi.

Me encontraba en el pasillo de mi antigua casa, al fondo,todo a oscuras pues la estancia quedaba ausente de ventanas que permitieran un paso a la luz blanca de la luna llena.

Viernes trece de no recuerdo bien qué mes exactamente. Aquella noche, hacía un par de horas lo había invocado. 
Pensé que hice la mayor tontería que podría ocurrirseme en aquél momento pero, sinceramente, poco mal me podría pasar ya tras los últimos acontecimientos...Así pues, había marchado a dormir al sofá, como cada noche.

Faltaría más decir que no disponía de cama en tan pequeña casa e igual, era "feliz". Feliz en su medida pues desde mi estancia, el salón principal, escuchaba los gemidos y jadeos de la habitación contigua, la de mis progenitores. 
Creo que fue uno de los motivos por los que empecé a imaginar cómo sería disponer de un ser que diera placer en la noche más fría o la mañana más calurosa.

En fin, que me voy del tema...Lucifer, el ángel caído, se había detenido a mitad de ese estrecho y corto pasillo y me observaba con sus ojos tétricos, negros, salidos del petróleo más puro y oscuro que pudiera verse sobre la faz de la tierra.

- ¿Me llamabas? - Preguntó con voz de ultratumba.
- ... 

No supe qué contestar, apenas hacía unos segundos me había dispuesto ir a la cocina a tomar agua pues hacía un calor de mil demonios...y nunca mejor dicho.

- ¿Me llamabas? - Repitió sin cambiar el tono de voz.
- Sí... -Alcancé a decir.

Su sonrisa, más que miedo, más que temor, me hizo sentir dichosa, bendecida y trajo calma a mi ser.

¿Qué pasó después? ...sinceramente no lo recuerdo, sólo sé que aquella noche tuve una de mis grandes hemorragias nasales que me mantuvo en vela hasta que despuntó el alba.

Tras dormir una hora a duras penas, eran las ocho y media, cerca de las nueve de la mañana y, pese a que la falta de sueño era evidente, me encontraba en optimas formas, tanto física como mentales.

Si era un demonio disfrazado de su Rey u cualquier otro ser, a mi no me lo pareció.
Desde aquella noche le rindo homenaje, cada noche a las tres de la mañana, desvelo por unos instantes, sonrío mirando la sombra que se sienta a los pies de mi cama y, tras una caricia de esta, vuelvo al sueño que trae la calma a mi existencia.






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